
Ometepe, una isla volcánica en medio del lago
La isla de Ometepe se sitúa en el Lago Cocibolca o Lago de Nicaragua. Es bastante curioso su emplazamiento. Pertenece al departamento de Rivas, y cuenta con unos 276 kilómetros cuadrados. Además, se trata de la isla volcánica más grande situada en un lago de agua dulce. Es conocido que el nombre de Ometepe deriva de «ome» que significa «dos», y «tepeti», montaña. Palabras derivadas de la antigua lengua indígena náhuatl.
Y las dos montañas son realmente dos volcanes. El volcán Concepción de 1610 metros de altura. Y el volcán Maderas de 1394 metros de alto. Visité la Isla para pasar el fin de año en ella. Esta vez, puras vacaciones. Nada de trabajo, ni voluntariado. Pasé en dicho lugar cuatro días, que bien aprovechados dan para mucho. Es un lugar bastante tranquilo, sin mucha actividad. Sus habitantes ascienden a 50.000 personas aproximadamente, siendo Moyogalpa y Altagracia, las dos núcleos isleños más poblados.
Como me contaron los locales, el volcán Concepción emitió cenizas por última vez hace relativamente poco, en el año 2007. En cambio, la del volcán Maderas fue hace siglos, por lo que se le considera extinto ya. Asimismo, se encuentra incluida en la Red Mundial de Reservas de la Biosfera por la UNESCO.
Mi llegada a Ometepe
Llegar a la Isla de Ometepe fue todo una odisea. Para ello, hay que agarrar una guagua que te lleva desde la ciudad de Granada hasta el departamento de Rivas. Estas guaguas se cogen al finalizar el mercado de la ciudad, pasada la gasolinera (o bomba, como ellos la llaman). El precio es de 32 córdobas y tarda unas dos horas, aproximadamente. Si hay poco tráfico, y hace pocas paradas, tan solo dura hora y media.
Una vez se llega a Rivas, hay dos opciones, o esperar una guagua hasta San Jorge (desconozco su precio), o agarrar un taxi por 20 córdobas (unos 50 céntimos). San Jorge es el lugar en el que se toma un ferry hacia la isla. Me recordó al que hay en Lanzarote para llegar a La Graciosa. Este ferry tarda una hora en llegar al puerto de Moyogalpa, y cuesta 65 córdobas (1,65 euros).
Moyogalpa es la única zona de la isla que cuenta con todos los servicios, como bancos, supermercados, etc. Así que, si necesitas comprar algo muy concreto, o sacar dinero, es mejor que lo hagas nada más llegar al puerto. Emprendí el viaje con Clara, la voluntaria catalana que conocimos en León, con Ana, y con Jero, un argentino que se unió a nosotras en Nicaragua. El alojamiento que elegimos fue el único que tiene cocina de todos los hostels que hay en la isla: Lazy Crab.
Para llegar hasta él, teníamos que agarrar una guagua que nos llevase hasta Balgüe. Lamentablemente a la hora que llegamos no había ninguno directo, así que tuvimos que coger dos. Finalmente, llegamos de noche al alojamiento. Realmente cansados. Había una pequeña pulpería justo al lado del hostal, así que compramos algo, comimos, y a dormir.
Mi paso por Ometepe
Al día siguiente alquilamos unas bicicletas en el mismo alojamiento por 5 dólares el día. Nuestro objetivo llegar al Volcán Maderas, y subir hasta la Catarata de San Ramón. Apasionante aventura, sobre todo cuando la bicicleta que me tocó no le servían ni las marchas, ni los frenos. ¿El resultado? Ahora se los cuento.
El camino al principio era buena, por carretera. Me costaba subir las cuestas con la bici tan dura, así que las más duras las subí andando. El problema llegó cuando de carretera pasamos a un camino de tierra empedregado con bastante relieve. Cada vez me costaba más llevar la bicicleta. Y cuando venía una cuesta hacía abajo, me lanzaba como si no hubiera un mañana. Los frenos no funcionaban, así que rezaba por no tropezar con una piedra y partirme los dientes.
Alcanzaba tanta velocidad que me servía para coger impulso, pero la bicicleta estaba tan dura, que enseguida perdía fuerza. Cada vez empecé a ponerme más roja, el esfuerzo que estaba haciendo era sobrenatural. Además, del continuo golpeo de las ruedas con las rocas del suelo, tenía las manos echas polvo y doloridas. Aún así, llegué al volcán Maderas después de 16 kilómetros de sufrimiento.
Subimos hacia la catarata. Un camino precioso entre frondosa vegetación. Llegamos a la zona del río, cada vez era más bonito el sendero. Y ahí estaba. La imponente catarata a 300 pies de altura. Alucinada, olvidé todo. El camino había merecido realmente la pena. Nos dimos un baño. El agua estaba helada. Y hacía bastante frío después. Comimos algo y regresamos. Aún teníamos que volver a Balgüe.
Cuando cogimos las bicicletas de nuevo, estaba realmente echa polvo. Sentía que no avanzaba. En ese momento, pasó una camioneta. No dudé en pedirle ayuda, me dijo que echase la bicicleta en el cajón, que me llevaba hasta la entrada de Balgüe. Abandoné a mis compañeros, pero era imposible que hiciese todo el camino de vuelta con esa bicicleta.
Fin de año
Hicimos una cena de fin de año, con un poquito de cada cosa. La tradición en Ometepe era quemar unos muñecos que cada familia había confeccionado y colocado en la entrada de cada casa. En concreto los quemaban a media noche. La razón, liberarse de las malas vibras que pudieron acontecer durante el año, para atraer las buenas vibras para éste que entraba.
Nosotras, a falta de uvas, compramos manises, pusimos a Ramonchu en youtube dando las campanadas, y partimos el año. Además, captamos a celebrar las tradicionales doce campanadas a muchachos europeos que había en el hostel. Después de los abrazos, nos fuimos a la calle a presenciar la quema de muñecos. Bastante pintoresco todo.
Al día siguiente visitamos Ojo de Agua. Un emplazamiento cerca del volcán Concepción. Se trata de una piscina natural acondicionada con agua procedente de las faldas del volcán. Era 1 de enero, feriado, y domingo. Se empezó a llenar de gente, pero la verdad es que el sitio era bonito y pudimos disfrutar. Hasta que ya nos percatamos que la multitud había incrementado. Nos fuimos andando hasta el pueblo de Santo Domingo, donde hay un cajero. Me había quedado sin dinero y había que salir de la isla al día siguiente. Paseamos, y después agarramos un suttle, ya que las guaguas ese día no funcionaron.
La verdad que fue un fin de año diferente, curioso. Aunque nunca tuve la tradición esa de ir a fiestas de cotillón en la que pagas mucho dinero por una barra libre, en la que todo el mundo se amontona para beber garrafón. Mis fines de año han sido en casa, o presenciando al Vega en concierto en las Canteras. Pero bueno, sin duda, será un fin de año que no olvidaré nunca.