
Noche de altura en el volcán Cayambe
Hoy les traigo un relato sobre mi experiencia durmiendo cerca de la cima del volcán Cayambe, en la mitad del mundo, Ecuador. La verdad que no sabía muy bien a lo que iba. Y por eso sufrí algún percance. Pero vayamos por partes.
Volcán Cayambe
Este volcán, situado cerca de la mitad del mundo, es un lugar que los bravos cayambis consideran como sagrado. Para ponerles en situación, este volcán es el tercero más alto del país con 5.790 metros de altura. Su cumbre es una de las más altas de la cordillera andina y el único en el mundo que está nevado por el que pasa la línea equinoccial.
Nos estamos quedando en un hotel en Tababela, cerca del aeropuerto de Quito . Aquí hacemos un voluntariado que consiste en redactar artículos para un blog de viajes, bastante sencillo. Nos dan todas las comidas y alojamiento, así que no podemos quejarnos de nada.
Planeamos esta excursión para acampar todos los voluntarios, más el jefe. Llevamos poca comida porque pensamos comer algo en el refugio. Grave error.
La llegada al Parque Nacional Cayambe
Preparamos las cosas en el hotel: una caseta para cuatro personas donde entraríamos seis, un colchón pequeño, sacos de dormir, algo de comida, y algo de agua. Nos metimos en el coche rumbo el Parque Nacional Cayambe. Salimos cerca de las cuatro de la tarde, el jefe pensaba que se tardaba poco tiempo en llegar al volcán. Pero se equivocó.
Llegamos alrededor de las seis al puesto de control de entrada del Parque Nacional Cayambe. Ahí los guardabosques nos explicaron que el horario de visita era de 08.00 a.m hasta las 17:00 p.m.
Después de insistirles bastante, y decirles que íbamos a acampar al lado del refugio nos dejaron pasar. Tuvimos que registrarnos. Llegamos hasta donde el coche podía subir, el resto del camino tuvimos que hacerlo a pie durante una hora porque no disponíamos de un 4×4.
Lo peor de todo es que se nos hizo de noche, por tanto el ascenso a la cumbre fue totalmente a oscuras. Solo teníamos una linterna y el alumbrado del móvil para poder guiar nuestros pasos por un camino que fue totalmente desconocido para nosotros.
La subida al refugio
La subida al refugio del volcán Cayambe fue bastante difícil, por definirlo de alguna manera. Cada vez que daba un paso sentía que el aire me faltaba. El corazón se me aceleraba bastante. Y empezaba a sentir una fuerte presión en la cabeza. Aplaqué los síntomas de la altura caminando muy muy lento. Sin embargo, el frío empezaba a hacer mella en mi cuerpo, traspasando las pocas capas de abrigo que tenía.
Definitivamente no había ido preparada para la ocasión, pensaba mientras seguíamos subiendo. Por fin llegamos al refugio, a 4.600 metros de altura. Las vistas eran verdaderamente asombrosas, aún tratándose de la noche. Nos encontramos ante un glaciar enorme, de un blanco tan blanco que gracias a la luz de la luna hacia que toda la zona quedara perfectamente iluminada. Por un momento se me quitó todo el malestar que venía arrastrando todo el camino.
Raudos nos metimos en una pequeña cabaña de madera que tenía la luz prendida. Dos muchachos estaban dentro, listos para irse a la cama. Nos explicaron que el refugio era el edificio que estaba a unos metros más arriba. Fuimos, pero estaban todas las luces apagadas. Tocamos la puerta, y a los 5 minutos salió un hombre y nos señaló el lugar para acampar. El refugio estaba cerrado y no había comida disponible hasta el día siguiente.
El campamento
A duras penas seguí al grupo para montar el campamento. Cada vez hacía más frío. Empecé a no sentir los pies, y eso que uno de los muchachos me había cedido unos calcetines para que me los pusiera encima de los míos. Apenas pude ayudar, estaba intentando calentarme moviéndome de un lugar a otro.
Por fin la caseta estaba montada. Metimos las cosas dentro y nos acomodamos los seis como pudimos. Aunque estábamos bastante apretados, lo único bueno era que el calor humano hacía su efecto. La noche se tornó bastante larga. Cambiar de posición al dormir era misión imposible, por no hablar de que no pude salir a orinar, ni levantarme a beber agua. Y por si fuera poco el dolor de cabeza y las náuseas fueron en aumento hasta el alba.
Amaneció y fuimos al refugio. Yo agarré una manta que me enrollé como pude. A duras penas subí las escaleras del refugio, sentía una gran presión en la cabeza que me dificultaba dar los siguientes pasos. Tras leer los síntomas entendí lo que me estaba pasando. Estaba padeciendo el temible mal de altura. Pedí un té y le eché bastante azúcar. Solo nos quedaban unas galletas para comer. Yo me quedé en el refugio mientras unos recogían y otros paseaban. El intenso dolor de cabeza y el frío me impedían moverme
Estuvimos algunas horas más allí porque comenzó a nevar. Por un momento me asusté, no sabía cómo iba a soportar el camino de vuelta al coche. Era en lo único que pensaba. Pese al mal, la estampa era sublíme, jamás había presenciado un paisaje igual. Por suerte, unos muchachos iban a bajar en camioneta 4×4. Me ofrecieron ir dentro con 3 personas más (solo había tres espacios así que iba con media nalga fuera del asiento). El resto del grupo iría en el cajón de la furgoneta. Me ofrecieron una pasta de panela, que acepté gustosamente. Por suerte alivió mis síntomas.
Llegamos al coche y emprendimos el rumbo a casa, donde pasé el resto del día y el día siguiente durmiendo. La experiencia, pese haber sido dura, es una de las más emocionantes que viví. Tal vez por el contraste de la preciosa estampa y las dificultades que tuve que superar.