El impresionante desierto de Tatacoa

El impresionante desierto de Tatacoa

Siguiendo con la ruta colombiana, y después de haber disfrutado de la noche de salsa caleña en la ciudad de Cali (relato sobre mi noche en Cali para el periódico el Canarias7), emprendimos una nueva aventura. El destino escogido fue el desierto de Tatacoa, cerca de la localidad de Neiva. La verdad que no íbamos con muchas espectativas, más bien con mucha incertidumbre. Agarramos una guagua nocturna que nos llevaría desde Cali a Neiva por 40.000 pesos (unos 11 euros). Normalmente los billetes suelen costar algo más caros (como 10.000 o 15.000 pesos más). Pero si lo compras por Internet en la página web de la empresa Bolivariano hay numerosas ofertas. Eso fue lo que hicimos.

El trayecto total duró unas 8 horas y media. Evidentemente lo hicimos por la noche, así nos ahorrábamos una noche de alojamiento. Llegamos a Neiva a las 5 de la mañana más o menos, y ahí siguió la odisea para llegar al desierto. No estábamos muy seguras de cómo ir, porque sabíamos que primero teníamos que pasar por el pequeño pueblo de Villavieja antes de llegar al desierto de Tatacoa. Llegamos un domingo a Neiva, y por suerte había un transporte directo al desierto. Costó el trayecto 15.000 pesos colombianos (unos 4 euros). Colocamos las mochilas en la parte de arriba de un Jeep y nos fuimos.

Desierto de Tatacoa

Después de una hora de trayecto llegamos al desierto. No teníamos alojamiento, pero habíamos escuchado que podíamos alquilar unas hamacas por 10.000 pesos (menos de 3 euros). Preguntamos en una posada, justo donde nos había dejado el Jeep, y como no nos trataron precisamente bien, fuimos a preguntar al lugar de enfrente. Nos atendió «Tigre» (así se hacía llamar) muy amablemente. Nos enseñó «las instalaciones». Un techo de hojalata que cubría tres hamacas. Duchas y baños a nuestra disposición y cuarto en el que podíamos dejar nuestras cosas bajo llave.

Desierto de Tatacoa, Colombia

No lo dudamos y nos fuimos con Tigre. No recuerdo el nombre del otro lugar, pero si van a ir hasta el desierto, pregunten por Tigre, todo el mundo le conoce. Nos instalamos y nos fuimos a caminar hasta la zona de Los Hoyos. Era la que más alejada se encontraba del inicio del desierto. Por suerte nos acompañaba el tiempo, pues estaba nublado, aunque hacía bastante calor. Tigre nos dijo que si estábamos locas por ir caminando, que era demasiado camino, que mejor que alquilásemos un moto taxi. Evidentemente fuimos caminando, recuerden que somos mochileras sin recursos.

Los Hoyos

El camino se tornó bastante largo para llegar. El paisaje era bastante desolado la verdad, contrastaba totalmente con toda la vegetación que había visto con anterioridad en Colombia. Y en su singularidad estaba su belleza. Llegamos al inicio del sendero oficial de Los Hoyos. Por un momento me trasladé a alguna escena de película de ficción. Era bastante curioso todo lo que  mis ojos alcanzaban a ver. Casualmente, delante nuestra, había un tour guiado. No dudamos en poner la oreja y escuchar acerca de tan genuino lugar.

Estábamos realmente cansadas, y empezaba a hacer bastante sol. Había una piscina ahí, pero costaba como 5.000 pesos entrar a bañarse. Y sinceramente, no tenía muy buena pinta. Pequeña y con mucha gente. Así que después de sentarnos a descansar unos minutos en el bar que se encuentra al inicio del sendero, sin consumir nada más que unos bananos que llevábamos en la mochila, emprendimos el camino de vuelta. La verdad que fue bastante cansado, el humor comenzó a cambiarme, también porque no tenía nada en el estómago, y el cansancio y el calor estaba haciendo mella en mí.

Llegamos a donde Tigre y comimos algo. Nos tumbamos un rato en la hamaca para ir a la parte roja del desierto. Yo me quedé dormida profundamente, así que la siguiente visita se retrasó un poco. La verdad que no podía ni con mi alma, habíamos caminado como 20 kilómetros ida y vuelta a un paso ligero, bajo el sol, y sin apenas comida.

El Desierto Rojo

Y si el tramo anterior me había gustado mucho, con el desierto rojo quedé realmente fascinada. Estaba cerca de donde nos estábamos quedando así que fue menos cansado. Eso sí, para el camino completo hacía falta 3 horas, así que solo hice una parte. Igualmente, tiene varios miradores desde los que puedes apreciar toda la belleza en toda su esencia. Sin duda, para mí la mejor parte. Jamás pensé que podía encontrarme semejante paisaje como el que disfrute en el Desierto de Tatacoa.

Noche de tormenta

Y cayó la noche a las 7 de la tarde, poco había que hacer. Cenamos, y yo, reventadísima, decidí dormirme. Saqué el saco de dormir, me acomodé en la hamaca y caí en las manos de morfeo. Pero algo perturbó mi plácido sueño. A eso de las 3 de la madrugada me despertó el sonido de la lluvia cayendo sobre las planchas de metal que estaban sobre mi cabeza. La situación se agravó cuando empecé a escuchar truenos. Y llegaron los rayos y relámpagos.

Fue bastante asombroso ver como el cielo y el desierto se iluminaban por completo. Una auténtica pasada. Y aunque no nos estábamos mojando, ni hacía frío, Tigre se levantó y nos ofreció un cuarto en el que podíamos dormir en camas. Sin duda, un hombre gentil que jamás olvidaremos.

A la mañana siguiente recogimos nuestras cosas y nos fuimos de vuelta a Neiva. Ya era lunes así que el Jeep directo a Neiva no operaba, solo está disponible viernes, sábados y domingos. Tuvimos que agarrar una moto taxi que costaba 15.000 pesos hasta Villavieja (precio por trayecto no por persona), y de ahí un minibús hasta Neiva por 7.000 pesos. Siguiente parada: Pasto, al sur de Colombia y en unos días llegaremos a Ecuador. Sin duda el Desierto de Tatacoa me dejó maravillada por completo. Un lindo recuerdo y un lugar al que recomiendo visitar.